Es tarde y ya se han retirado las huestes.
Solo cae agua y detergente sucio
sobre la tierra ebria.
Hacía sol cuando se secó el río,
ahora las orillas ríen en silencio,
con el verano a los pies
y agosto ardiendo.
No ha cambiado nada en esta ciudad desde que nació el mundo,
la misma dictadura, la misma náusea,
el mismo sol de la infancia.
Y esta casa y sus revoluciones, sus barricadas quemadas y vacías
por la ausencia de líderes, estos pilares que no se sostienen.
Esta casa que es mi cárcel, mis oídos y mis ingles.
Y tú, ajeno a la piel que tantos desgarros ha recibido
-que es la tuya y la mía-
sigues rezándole a la poesía.
Ojalá nos abrace la lluvia.
Ojalá quedemos sepultados bajo el agua,
como la tumba prematura que nos cava la vida.
Deja que alimente nuestro desierto, mi surrealismo,
tu desarraigo,
y que canten mis tripas, tengo hambre de vivir,
gritar, y escupir
todos los peces que viven y mueren
en mis entrañas.
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